Fotografias
Guillermo Colmenares
El arte como un acto de fe
La
historia comienza oníricamente, hace un año. Yo nunca había estado en Canaima y
de repente siento la necesidad de ir al encuentro de algo que no sabía qué era,
pero que estaba en El Salto Ángel. El “salto del lugar más profundo” como lo
llaman los pemones. Empecé a investigar, pero aún no llegaba a nada. Entonces
decido hacer el viaje. Inicio el recorrido por el río Carrao. Son cinco horas
que te llevan a través de los tepuyes hasta llegar al gran salto. Es en esa
trayectoria que empiezo a sentir un proceso de transformación, casi de
alucinación. Esto sucede, se entiende, en otro ámbito de cosas, a otros
niveles. Empecé a ver sobre la roca de la piedra todos los jeroglíficos.
Símbolos y más símbolos. Imágenes, marcas, huellas. Entonces concientizo que
estoy en uno de los lugares más antiguos del planeta y que estos son los
archivos de nuestra memoria, los que llaman registros
akáshicos. Es una especie de memoria, registrada
en el éter,
de todos los conocimientos del
universo y de todo lo que ha sucedido desde el inicio de los tiempos. Reparo
también, que este territorio se mantiene porque ha sobrevivido a las eras
glaciales. Sobre estas paredes están grabados los dibujos más antiguos de
nuestra memoria celular. Son rastros anteriores a nuestra racionalidad.
Patrones y estructuras físicas muy primigenias.
Contemplación, conexión, conciencia
La
exposición comprende la gran instalación de Guardianes
y tres videos complementarios. El
primero: Las aguas sagradas. Son las aguas
rojas del Carrao, la sangre, el agua que se convierte en fuego, que se
convierte en luz y en cuya corriente finalmente aparece el hombre. El segundo: La gracia, la reverencia transcurre en
una cueva detrás de una cortina de agua. Es una breve imagen de gratitud, de
abrazo con el universo. En verdad se trata de otro hallazgo. La encontré en una
transición cuando editaba el material. Es tan breve y fugaz que pude no haberla
visto. Y el tercero: El vuelo del ángel.
El ángel es una forma en movimiento, él es su vuelo. Es un canal de luz, un
chorro de energía vertical. De arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. En
la grabación aparece de regalo un arco iris, el espectro de la luz.
El
tiempo es real. El color es real. La grabación se hizo en un solo día, a las
cinco y media de la tarde, desde tierra, acercándome con el lente. El aire, que
tiene el mismo patrón de movimiento que el del agua, y que los físicos llaman patrón
de turbulencia, crea aquí la doble sensación, etérea y fluida a la vez. Uno
siente que eso que transcurre allí es la obra haciéndose. Es como una
respiración.
Guardianes es un portal. Puede apreciarse como una entrada. Al
voltear la imagen y duplicarla se crea ese espacio de luz. La luz que emana de
ese centro es aliada y testigo de las presencias insondables que hay bajo esos relieves
monumentales.
Nan
González